lunes, 26 de julio de 2010

Ana Pelegrín

Hace ya un par de años que Ana se marchó.
Desde entonces he releído alguno de sus libros, siempre llenos de sabiduría.
Y hoy, curioseando por internet, he vuelto a encontrarme en la Biblioteca Virtual Cervantes su ficha y enlaces a algunos de sus libros (La aventura de oír, Cada cual atienda a su juego), algunas grabaciones sonoras y una entrevista en vídeo. Todo interesante.
Otra manera de recordar a Ana y de revivir sus palabras llenas de inteligencia.
Aquí os dejo el texto que escribí el 12 de septiembre de 2008, tras su muerte, en el blog de ElDecano.es y que más tarde se publicó en la revista Peonza.

Ha muerto Ana Pelegrín, habitante del bosque de las palabras, exploradora de mundos imaginarios, memoria de la voz (la VOZ) que perdura desde hace generaciones (más allá de las bocas y las orejas, más allá de los inviernos y los veranos, más allá de la vida y la muerte).
Ha muerto Ana Pelegrín, maestra de maestras, amante de versos y estudiosa del folclore y la tradición oral infantil.
Ha muerto ayer. Parece mentira.

Hace quince años, cuando comenzaba a contar cuentos y a ganarme la vida con ello, leí dos libros que han sido y son referentes en mis días y mis trabajos, uno fue Gramática de la fantasía, de Gianni Rodari, el otro La aventura de oír, de Ana Pelegrín. Dos libros sabios que siguen dando respuestas. Dos clásicos imprescindibles.
Ha muerto Ana Pelegrín.
Cuando, años después, la conocí en persona, quedé deslumbrado por la contagiosa pasión y el incondicional amor por la poesía. Ana hacía la palabra carne: escucharla recitar (esa gozosa memoria que no perdía un verso, una palabra, una coma) era entender la poesía por primera vez.
Su voz era la suma de las voces de generaciones de hombres y mujeres, era lluvia y era tierra en la que florecían las palabras. Su voz era la verdadera voz.
En aquella ocasión acababa de morir un amigo y recitó para todos los asistentes uno de los más hermosos poemas escritos en castellano, la
Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández; escucharla de su boca fue encontrar a Miguel Hernández, sentir su sentir, penar su penar, y llorar como él lloró al escribir esos versos.
Hace dos años tuve la fortuna de volver a compartir unas cuantas horas con Ana, nos habló de la poesía, nos recitó versos, nos llevó hasta la isla de las palabras de su memoria. Una isla que era un continente lleno de playas, desiertos, selvas, montañas, ríos... un mundo maravilloso habitado por versos y sentimientos.
Nos dijo en aquella ocasión que tenía que encerrarse para escribir sobre la literatura infantil en el exilio. Ha esperado hasta escribir la última página para morir. Se ha exiliado de la vida. Pero no se ha marchado: nos deja su voz, que rueda de boca en oreja, sus versos, su pasión por la literatura tradicional infantil, sus libros, sus ensayos, sus artículos... y sobre todo, su contagioso amor por la poesía.


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