viernes, 24 de enero de 2014

Pirineos, tristes montes

En estos días he leído el libro Pirineos, tristes montes de Severino Pallaruelo, publicado por la editorial Xordica. El libro llegó recomendado por Juan Antonio (profe de la querida escuela de Alpartir), gracias.


Este libro está compuesto por 28 cuentos e historias de vida que transcurren en aldeas y valles abruptos, duros, recónditos, de los Pirineos en tiempos de guerra y posguerra. Dureza y dureza sumadas para dar así la medida de quienes habitaron ese tiempo, esos lugares.
Las historias, los personajes, las tramas... son muy variadas, pero los grandes protagonistas son los impertérritos Pirineos, brutales y, a un mismo tiempo, hermosos. La suma de estos pequeños relatos va dibujando el perfil de una tierra, como si de teselas que fueran armando un mosaico se tratara. El estilo pulcro y directo sirve de perfecto guía para la ruta que trazan los cuentos, dejarse llevar por su prosa y transitar por estas historias se convierte en un paseo difícil de olvidar.
He disfrutado mucho con esta lectura, me he asombrado con algunos de sus personajes (brutales, tiernos, delicados, duros...), he quedado enredado por sus tramas y sus paisajes, he leído con gusto cada página y no han sido pocos los finales que me han conmovido.
Tiene además unas cuantas citas de contar que quiero incluir a mi pequeña colección:

"Rodábamos por una carretera, cerca de Jaca. yo conducía. En el asiento trasero del coche viajaba un maestro viejo que siempre contaba las mismas historias con las mismas palabras. Las que contó aquel día me parece que ya las había escuchado en otras ocasiones, pero nunca me habían impresionado tanto. Creo que fue porque el día al que me refiero no veía el rostro del narrador. Yo conducía y escuchaba sus palabras. Miraba el paisaje. Imaginaba las escenas. No me distraían los gestos del narrador. Tampoco su rostro." (p. 148)

"En los últimos años he acudido a varios pueblos, con ocasión de "semanas culturales" o parecidas celebraciones, para hablar de brujas, mitos, ritos y todas esas cosas (...) Tengo la impresión de que a los oyentes les importan bien poco mis teorizaciones (...) pero siguen con gran interés los ememplos con los que ilustro las teorías generales. Hacen bien en preferir los cuentos, los ejemplos reales y vivos, a las teorías elaboradas por los historiadores: aquéllos son mucho más entretenidos. (...) Parece que queda mejor llamarse conferenciante que trovador y narrador, pero es más agradecido el segundo oficio. Lo digo porque las leyendas y los cuentos son los que iluminan los rostros de quienes escuchan mientras permanecen absortos, unidos al relator por unos invisibles hilos que transmiten a la mente del oyente las imágenes, las acciones y hasta los sentimientos del que narra las historias. Parece un juego de hipnosis colectiva en el que el hipnotizador y los hipnotizados ejercen influencias recíprocas y mudan sus papeles. Capta el que habla el estado del auditorio, ve crecer su interés y conoce cuándo se hallan completamente sumergidos en el tema. La constatación de esa especie de clímax comunicativo anima al orador que de este modo sube un peldaño más en la escalera de la comunicación. Entonces cada palabra, cada gesto del que habla, llegan al destino buscado en la mente de los que escuchan. A veces se consigue una sintonía tan perfecta que resulta difícil saber desde qué banda se mueven los hilos que unen ambas partes. (...)
Tras la conferencia (...) cuando me despido de los oyentes y el público comienza a abandonar el local, se acercan al estrado algunas personas que quieren contarme algo. Son historias oídas a otros o vividas por ellos mismos. Algunas les obsesionan y otras las tenían olvidadas hasta que se las ha recordado algo que acaban de oír. No se han atrevido a contarlas delante de todos, pero quieren que yo las escuche porque suponen que me gustarán. Y aciertan: suelen ser maravillosas." (pp. 189-191)

"Mientras caminábamos hacia la aldea hablábamos de muchas cosas. Le gustaba contar historias del pasado y lo hacía con cierta gracia. Levantaba poco la voz  apenas variaba el tono a lo largo de todo el relato, pero en su cadencia tranquila, en su sonrisa y en la viveza de sus ojos había algo atractivo. Yo escuchaba con mucha atención. El camino se me hacía corto con sus cuentos." (p. 199)

Un libro que he disfrutado mucho y que os recomiendo.
Saludos

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