sábado, 7 de febrero de 2015

Las olas negras

Escribí este cuento en la década de los noventa del pasado siglo y tras pasar por la revista El Decano y la balda de inéditos de la Biblioteca Pública del Estado en Guadalajara lo publiqué en el libro Cuaderno de imágenes, de Palabras del Candil. Hoy, por petición de una amiga lectora, lo traigo al blog para que quede en la red de fácil acceso. 


Las olas negras

1
Todas las olas del mundo, desde las Grandes Olas de los Principios de los Tiempos hasta las pequeñas olas que acarician nuestros pies cuando estamos en la playa, es decir, todas las olas del mundo, estaban reunidas para tratar juntas un peliagudo problema. El petrolero más grande que el hombre había construido se había partido y hundido justo una semana después de haber sido botado. De su espantoso vientre brotó un negro semen, lento, silente, que poco a poco fue envolviendo a gran cantidad de olas, asfixiando la vida suave que guardaban en su espuma.
Estas olas negras habían sido relegadas por el resto de las olas a un lugar apartado. Yo querría haber dicho desterradas, pero creo que es impropio que en el mar se destierre a alguien, sería más aceptable hablar de desmarar. El caso es que las olas negras habían sido relegadas y se encontraban a un lado, bastante alejado, de la Asamblea Urgente de Olas que comenzaba justo en ese momento. ¿Se imaginan una negra mancha, dormida, apagada, allá a lo lejos, y aquí, mientras tanto, el resto de las olas del mundo tratando de ponerse de acuerdo y decidir sobre qué hacer y cómo hacer para solucionar definitivamente un problema tan grave como aquel? Y digo un problema grave porque no se piensen que convocar a todas las olas del mundo es tarea fácil. Son contadas las ocasiones en que este tipo de reuniones se llevan a cabo.

2
Las olas más viejas, las del Principio de los Tiempos, las que fueron más poderosas e inmensas, las que cubrieron todas las tierras que son, trataban de poner orden en aquella impresionante marea de rumores y espuma. “Silencio, silencio, vamos a comenzar de una vez por todas”. “Hagan el favor de ir callándose porque si no vamos a estar aquí perdiendo el tiempo sin llegar a ningún acuerdo”. Pero nada, ni caso, ciertamente parece una tarea de locos conseguir imponer un cierto orden en este maremagno. Se oían gritos enardecidos, voces por todas partes. Cada cual daba su opinión según le apetecía, sin respeto ni acuerdo: “A las olas negras hay que matarlas”. “¿Cómo vamos a matar a nuestras hermanas?”. “¿Se puede matar a una ola?”. “Las olas van a morir a la playa” .“Lancémoslas sobre playas y acantilados”. “Sí, que se vayan, que desaparezcan antes de volvernos negras a todas”.
En verdad las olas tenían miedo del silencio negro que cubría a sus hermanas, un miedo atroz, un miedo como nunca antes habían sentido. Y es que aquella oscuridad pegajosa dejaba a las olas quedas, apagadas, sin espuma, y todos sabemos que las olas son de natural juguetonas, inquietas, indomables. Pero aquella misteriosa y desconocida enfermedad era algo terrible, quizás el principio del Final.
Por fin se hizo el silencio y solo un leve rumor de crestas blancas susurraba al aire. “Es impensable que seamos nosotras mismas, las olas, las que condenemos a muerte a nuestras hijas y hermanas”, dijo acaso la más vieja de todas. “¿Qué haremos, pues? ¿Nos iremos ensuciando con esa oscuridad letal?”, preguntó otra. De nuevo barullo, y discutir y no ponerse de acuerdo.
De pronto una voz destacó sobre las demás y bien alto, bien claro, se oyó: “¿Por qué no hacemos un Proyecto Ola, y las mandamos a todas juntas a un sitio apartado para que poco a poco se curen?”. “Eso, eso, un sitio bien alejado, y así no mancharán a ninguna otra ola mientras logran superar la negritud –contestó otra– y cuando ya estén sanas y bien sanas, que se integren en la Sociedad Marina”. La idea fue escuchada con interés, fue debatida con interés, y fue aprobada gracias a ciertos intereses.
Las olas estaban satisfechas, permanecerían en su natural estado, tradicional y puro mientras el peligro quedaba, de alguna forma, controlado y, por qué no decirlo, escondido.

3
Las olas negras fueron llevadas a un lugar lejano, secreto y oscuro, y allí pasaron muchas lunas, muchas, muchas lunas, aunque ocurría que cada vez que una ola lograba quedar limpia, al estar todas juntas, era de nuevo contaminada, y así sucedía una y otra vez. Ninguna ola llegó a curarse.

4
Pasado tanto tiempo, y viendo que nada se solucionaba, se convocó a todas las olas para una nueva Asamblea de Urgencia. Y de nuevo todas las olas del mundo, desde las Grandes Olas del Principio de los Tiempos hasta las pequeñas olas que acarician nuestros pies cuando estamos en la playa, es decir, todas las olas del mundo, se reunieron.
Escuchemos hablar a las olas Viejas: “Amigas y compañeras, ya sé que es extraño que os hayamos convocado en tan poco tiempo de nuevo a otra reunión extraordinaria, pero el problema de las olas negras no ha sido resuelto y hace falta encontrar una solución”. Un griterío contestó: “Que las lancen a la playa”. “Que las ahoguen”. “Que se queden por siempre allí, apartadas, relegadas, hasta que podamos olvidarlas”. El barullo comenzó siendo un rumor denso, luego un griterío agitado, y ahora lograba ser una crispación indecible, algo verdaderamente pavoroso y fuera de control. Entonces, las Viejas olas, como ya dije las más poderosas, se elevaron sobre el resto e impusieron silencio.
Silencio.
Momento que aprovechó una ola chiquita quien, en voz muy baja, apenas susurrando, dijo: “Yo tengo otra propuesta”. “¿Tú?”. “Sí, yo”. “Habla entonces” . “¿Por qué no compartimos entre todas el agua negra, si cada una de nosotras coge un trocito de oscuridad, nadie tendrá demasiada como para enfermar, y todas seremos de nuevo iguales. Además, con lo poco que nos toca será fácil que cada una de nosotras haga desaparecer su trocito de oscuridad”. El silencio fue tornándose en murmullo, en griterío, y finalmente en alegría jubilosa y aprobadora, La idea era buena. La idea gustaba. Sí, de veras que gustaba.
5
Además de buena, la idea fue divertida. Las olas negras y las olas blancas quietas, preparadas, listas, ¡ya! Y de pronto comenzó el juego, sencillo juego que consistía en revolverse, trenzarse, salpicarse, mezclarse, unirse, reírse, retorcerse, alborotarse, desmadrarse, hacer cabriolas... Siempre sin dejar de brincar y de acariciarse unas a otras. Cualquiera de nosotros ante un espectáculo tal seguramente hablaría de la Gran Orgía Marítima, o de una Tormenta Pseudodiluviana. El caso es que al pasar el sol, y la luna, y el sol de nuevo, las olas, cansadas, reposadas, en calma, pudieron ver, alegres, que allí no había ni una sola ola negra, ni una sola ola blanca, sino más bien un millón de millones de olas felices.

6 comentarios:

  1. ¡Hermoso cuento, Pep! ¿Me permitirías narrarlo? Con los debidos créditos, por supuesto.

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    1. Claro, no hay problema. Como dices, siempre gusta que se cite la autoría. Besos

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  2. Hola Pep: Podría contar tu cuento e Limache, indicado al autor?
    Cariños, Lola

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  3. me encantó... puedo intentar aprender!!! ademas, Pep ... Que GENIO, tan generoso!!! Gracias...

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