martes, 27 de septiembre de 2016

Siempre hemos vivido en el castillo

En estos días que he pasado en Argentina me he llevado unos cuantos libros para leer (como no podía ser de otra manera); de entre todos hay uno que he disfrutado especialmente, se trata de Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, traducido por Paula Kuffer y con un posfacio de Joyce Carol Oates, que ha publicado la editorial Minúscula.


La historia de Merricat, Constance y el tío Julian te atrapa desde las primeras líneas, tanto por lo que dice como por lo que calla y, sobre todo, por cómo lo dice (esa particular voz narradora que nos cuenta desde la mirada de la enigmática Merricat). La historia previa al punto de partida del libro se va desvelando en los primeros capítulos (espeluznante) y, una vez conocida (insisto, por lo que dice y por lo que calla), el lector, la lectora, queda completamente atrapado por la atmósfera opresiva de esa casa y por la tela de araña armada de hilos tejidos y anudados entre los distintos personajes. La historia continúa y aparece un nuevo personaje (el primo Charles): con él llega el desequilibrio y todo se precipita inexorable hasta remansarse en un inesperado paisaje y un final atenazador.
Un libro estupendo, tramado con gran inteligencia, articulado con unos pocos personajes muy poderosos (y verosímiles dentro de lo insólito de sus vidas) y, sobre todo, un libro que cuenta con una voz narrativa particular (poderosísima y extraordinaria), la de la propia Merricat, que parece susurrarnos al oído toda la historia (a ratos da la sensación de estar demasiado cerca, inquietantemente cerca). Merricat es una narradora y una protagonista que no vas a poder olvidar.
Esta es una historia de miedo, una novela gótica sin personajes del más allá y sin cuartos especialmente oscuros o cementerios en ruina, es una novela gótica que se sostiene, insisto, por una historia sencilla, unos personajes muy ricos y una voz narrativa fantástica. Y sobre todo una novela que nos muestra que la maldad puede residir (y tomar cuerpo) en la más dulce de las niñas o en cualquiera de los habitantes de la aldea más próxima.
Por cierto, una vez terminado el libro uno no deja de pensar en Constance, en su pasado, su presente. Y en el vértigo de su futuro.
Un libro estupendo que os recomiendo.
Saludos

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