viernes, 14 de octubre de 2016

Jazzistas de la palabra

Pienso que existen algunos paralelismos entre la música de jazz y la narración oral, y de eso va este post que ahora comienzas a leer y que he escrito sin ninguna intención más allá de pensar sobre estas dos pasiones que disfruto. He desarrollado estos cinco puntos, ojalá os resulten de interés.

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El jazz en sus inicios (y actualmente) es una música que se desenvuelve cómodamente en pequeños espacios y aforos no muy grandes. Es verdad que también hay grandes conciertos de jazz con músicos estrella ante auditorios muy numerosos, pero no es lo habitual. Normalmente es en locales pequeños donde este tipo de música se encuentra a sus anchas.
Ocurre de manera similar con la narración oral, propuesta artística que se desarrolla, preferentemente, con aforos pequeños, muy cerca del público. Y, como en el jazz, también se pueden contar cuentos en espacios escénicos grandes dispuestos para la escucha de miles de personas, aunque esto no sea lo habitual.

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Esta cercanía quizás esté relacionada con la idea de swing, esa sensación rítmica, visceral, que emana del músico y que contagia al público, esa interacción que hace de público y músicos parte de una misma experiencia musical, que sucede en ese momento (y por tanto irrepetible de la misma manera). Mi hermano dice que el swing es, simplemente, el charles de la batería, y dice eso porque cuando escuchas jazz es normal llevar el ritmo del charles con la mano, o el pie, o la cabeza... y no poder dejar de hacerlo. El swing es ese ritmo contagioso, imposible de ignorar, que te hace vibrar cuando escuchas jazz.
De manera muy parecida encontramos una característica similar en la narración oral: el narrador está pendiente del cuento pero también está muy pendiente del público (existe, por un lado, la escucha activa del público hacia el narrador, pero también la escucha del narrador hacia el público) hasta tal punto que la narración oral es un diálogo (y no un monólogo). Esa escucha activa en ambas direcciones propicia la interacción (del público y del narrador, entre ambos y con el cuento). Y esa interacción con el público hace de la narración algo muy contextual, muy del momento, en el que quien cuenta y quien escucha palpitan, respiran, al ritmo de la historia. Creo, de hecho, que existe ese swing del narrador oral, ese ritmo (verbal, estructural, corporal) que trama la historia y aúna a quienes participan de ella; pero también esa capacidad de contagiar la emoción y de facilitar que el público "vea" la historia que el narrador cuenta.

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Obviamente en el jazz son importantes las canciones elegidas (el repertorio) para tocar, pero resulta de especial relevancia el fraseo propio del intérprete, es decir, ese estilo personalísimo de interpretar las melodías. Hasta tal punto es esto así que si nos asomamos a cualquier libro de historia del jazz veremos que ésta se articula a partir de sus intérpretes, y no de sus compositores.
Creo que pasa igual con la narración oral donde no dejamos de hablar de la voz propia, esa manera personal de contar las historias y que permite a los cuentos habitar en variantes desarrolladas por cada narrador. La voz propia (o el cómo se cuenta) también cuenta, y da una impronta personal a cada historia que contamos. Es por eso que copiar historias escuchadas a otros narradores desdibuja la propia voz y no aporta nada a la suma de historias vivas en ese momento en el repertorio global; y también es por eso que cuando varios narradores llegan, cada uno por sus medios y su propio itinerario, a una misma historia, esa historia se enriquece de variantes particulares.
Creo que también una historia de la narración oral debería articularse a través de sus intérpretes, de los narradores y narradoras y sus particulares estilos (que devienen en variantes de los textos).

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En el jazz hay un elemento de mucha relevancia, es la improvisación. Pero ojo, improvisar no se trata de tocar cualquier cosa de cualquier manera, para improvisar es preciso conocer las estructuras de las melodías y, obviamente, tener un gran conocimiento musical. La improvisación se articula sobre estructuras no improvisadas (pre-compuestas y pre-concertadas por los músicos): las de la melodía que se interpreta.
Exactamente igual ocurre con la narración, donde hay cabida para la improvisación (y los hallazgos, y los errores creativos, y los juegos de improvisación dentro de una misma narración...) respetando las estructuras internas del cuento (y la melodía que éste articula). Y tal como ocurre en la música de jazz, improvisar no es contar cualquier cosa de cualquier manera, sino que precisa previamente un conocimiento profundo del texto que vamos a narrar y de los espacios de juego que permite.

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Por último merece la pena citar esa capacidad de mestizaje tan propia del jazz. Ya en sus orígenes este tipo de música surgió de la confluencia de tradiciones musicales diferentes, fundamentalmente la música que provenía de Europa y la que provenía de África; este punto de partida devino en una característica propia, en un rasgo identitario del jazz: la capacidad de acoger e incorporar distintos tipos de familias musicales (flamenco, salsa, etc.) y mezclarse con ellas.
La narración oral también es capaz de nutrirse de textos de orígenes diversos como los tradicionales (ya sean cuentos, mitos, leyendas...), de autor y propios, pero no solo, hay experiencias narrativas que cuentan hechos históricos, noticias, historias de vida, etc.
Y además de la posibilidad de acoger textos de orígenes diversos la narración oral es capaz de mezclarse con otros ámbitos o elementos artísticos para articular propuestas propias, por ejemplo: con música, clown, danza, títeres y objetos, malabares, libros...

Y esto es todo.
Saludos

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